martes, 5 de agosto de 2014

La BNE adquiere los cuentos que Miguel Hernández dedicó a su hijo


Fue lo último que escribió antes de su muerte


L.M.A.

La Biblioteca Nacional de España ha adquirido recientemente un manuscrito de Miguel Hernández (Orihuela, 30 de octubre de 1910 - Alicante, 28 de marzo de 1942), poeta y dramaturgo tradicionalmente encuadrado en la generación del 36, aunque fue más próximo a la generación del 27.

Se trata de seis pequeñas hojas de 12 por 19 cm, escritas y con dibujos, cosidas en la parte superior por un hilo de color ocre, y con los bordes envejecidos e irregulares. Por el tamaño y la descripción se deduce que son hojitas de papel higiénico con las que se formó un pequeño cuaderno que tiene al final varias hojas en blanco.

El texto consta de  cuatro relatos infantiles: El potro oscuro, El conejito, Un hogar en el árbol y  La gatita Mancha y el ovillo rojo. Se supone que los escribió entre junio y octubre de 1941, en el Reformatorio de Adultos de Alicante, a donde llegó desde el Penal de Ocaña. Es el último viaje de Miguel Hernández, quien, en sus cartas de este período, tiene dos obsesiones: el reencuentro con su mujer y poder ver a su hijo Manuel Miguel, para quien escribió estos relatos. Son por tanto estos cuentos los últimos escritos del poeta. Hernández los entregó a Eusebio Oca Pérez- maestro, periodista, dibujante- con quien se reencontró en el Reformatorio. Eusebio confeccionó con dos de ellos un libro lleno de dibujos: El potro oscuro y El conejito, para que Miguel se lo entregara a su hijo. 

Como dice Jose Carlos Rovira en el capítulo Últimas ausencias de Miguel Hernández, del libro Miguel Hernández: la sombra vencida, Madrid, 2010, p. 149-153 que es el catálogo de la exposición celebrada en la Biblioteca Nacional de España con motivo del centenario del nacimiento del escritor murciano-  los cuentos son metáforas explícitas de libertad para que las leyera su hijo.

Estos Cuentos infantiles muestran que, en sus últimos años de vida,  junto a la poesía, el autor desarrolló otro registro de escritura en prosa. Aunque dos de ellos se conocían, y se  había realizado una publicación facsímil en 1988 - Dos cuentos para Manolillo- , no por ello la existencia del  manuscrito es menos impactante.

La BNE  conserva algunas piezas manuscritas de Miguel Hernández: un poema perteneciente al Cancionero y Romancero de ausencias (1938-1941) y 3 hojas de papeles autógrafos con versos: La espera puntual de la semilla, ¿Sigo en la sombra? y El hombre no reposa.

Pero los cuentos, que representan otro aspecto de la escritura de Miguel Hernández, son una aportación importante por la singularidad del manuscrito y por su significado.

Según indica Rovira, “en estas últimas ausencias de Miguel Hernández tenemos la metáfora infantil para su hijo, de lo que en otra clave estaba escribiendo para aquel inacabado libro que debía llamarse Cancionero y Romancero de ausencias, en el que decía “soy una abierta ventana que escucha, por donde ver tenebrosa la vida. Pero hay un rayo de sol en la lucha, que siempre deja la sombra vencida”.

Desde junio de 1941 al 28 de marzo de 1942, fecha de su muerte, el poeta vive alojado en la enfermería de la prisión, enfermo de tuberculosis. Acosado por tres sacerdotes que buscan su reconversión y la abjuración de sus ideas, el escritor resiste negando su retractación política, lo que impidió, casi con toda seguridad, su ingreso en el sanatorio antituberculoso valenciano de Porta Coeli. Desgraciadamente, la orden de traslado llegó pocos días antes de su muerte.

Su mujer, Josefina Manresa, cuenta en su libro Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández, que “transcurrió un mes hasta que pude ver a mi marido, lo sacaban entre dos personas, que no sé si serían presos, cogido del brazo, y lo dejaron agarrado a la reja. Llevaba un libro en la mano, eran dos cuentos para nuestro hijo… Al terminarse la comunicación, quiso darle él por su mano el libro al niño, y no le dejaron hacerlo. Un guardia se lo tomó y me lo dio a mí”.

Rovira editó en facsímil aquellos cuentos en 1988, y explica que, aunque el poeta quiso hacer pasar los  escritos por una traducción de unos cuentos ingleses al castellano, quizás para evitar que la censura de la cárcel los interceptara, al igual que había hecho con otros de sus escritos, “supuse la paternidad hernandiana de la confección material de los cuentos… Hay metáforas de encierro y libertad en los cuatro breves relatos, y por eso tengo la sensación de que no son traducciones sino mensajes como juegos para su hijo, en los que quiso plasmar una metáfora de la libertad, una metáfora ingenua de liberación”.


En definitiva, como afirma Rovira, “metáforas de alguien que, en su escritura y su vida, quiso dejar constancia, sobre todo, de su voluntad de ser libre”.


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