jueves, 9 de enero de 2014

José Galiana Izquierdo, un medico escritor de poesía y narrativa





Julia Sáez-Angulo

            Han sido unos cuantos los médicos que han escrito en la historia como Gregorio Marañón, Juan Antonio Vallejo Nájera o Anton Chejov, entre otros. El doctor José Galiana Izquierdo (Socuéllanos, Ciudad Real, 1929) ha entrado también en esta senda de la literatura de la mano de la poesía y la narrativa.

            El poemario Flores bajo la alfombra y la novela  Nunca olvidé tu nombre son los dos primeros títulos de José Galiana, publicados por la editorial Círculo Rojo.

            “Anton Chejov, escritor y médico ruso, la medicina es mi mujer legal, la literatura, mi amante”. Eso pretendemos los médicos que escribimos, cada uno según su categoría. Pro es una manera útil de vivir la jubilación que no a todos nos llega desgraciadamente”,  explica el doctor Galiana en el propósito escrito que introduce a su novela.

            José Galiana ha ejercido la Pediatría privada como rama dela Medicina durante 45 años en Alicante. Desde siempre ha tenido aficiones literarias que exponía siendo joven en recitales poéticos, colaboraciones universitarias o en revistas profesionales.

            “Utiliza tu talento, el bosque sería demasiado silencioso si sólo cantaran los que mejor lo hacen” es una cita de Henry Van Dyk, que el autor recoge al comienzo de su libro. Una manifestación de que cada escritor tiene su propia voz insustituible respecto a las demás.

            “Se creyó la cima/ El haz/ El brote/ Subiendo al Sol/ hacia la gloria./ Y después fue caída/ Regresó al polvo/ Olvido/ Envés  hacia la nada/ Gloria y caída/ ¡¡Como nos engaña la vida!”, dice uno de sus poemas de reflexión crepuscular.

            La novela Nunca olvidé tu nombre está dedicada a sus cuatro nietos: Carlota, José, Pablo y Alba, lo que manifiesta un afecto de abuelo y refleja un deseo de dejarles su libro en la memoria.

            “Mi pañuelo/ Mariposa de adiós de blancas alas/ Hálito baldío de abúlicos recuerdos/ Señuelo de amarguras y silencios/ Con tantas despedidas, ha roto el viento su vela dolorida./ Soy la oquedad que queda/ de una vida destrozada de un velero a la deriva”.



            

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