martes, 8 de enero de 2013


 


¡Que viva México! (4): En el Caribe mejicano




Antonio Ayllón Arquero




          Pues sí, llegamos a Cancún. Es difícil creer que este "destino predilecto para vacacionar y el lugar ideal para lunamieleros", como dicen por aquí, fuera hasta los años 70 un pueblo de pescadores. Pero también lo era Benidorm en los años 50 del pasado siglo. El caso es que el fenómeno Cancún, que atrae a más de 4 millones de turistas cada año, hay que verlo para creerlo.

         Cierto es que lo que los mochileros buscan aquí, si es que se quedan, es Ciudad Cancún, o sea el centro. El autocar de Valladolid te deja a escasos metros de un montón de hostales y hoteles, y elegir uno adecuado no nos resultó difícil. Eso sí, bajo un sol agotador, una humedad insoportable y Nati esperando en la estación con las maletas. Una vez duchados y comidos nos cogimos el bus R1 para ver el otro Cancún, llamado pomposamente "Zona Hotelera". Lo hicimos rápido porque sabíamos que aquí el sol se pone hacia las 5 de la tarde y, después, ya no hay forma de ver nada.

       El bus sale de la ciudad y te lleva, durante 23 km, por una estrecha barra de tierra que separa la laguna Nichupté (donde hay cocodrilos y manglares, pero no hay playas) del Mar Caribe. Es a este lado del Caribe donde se encuentra esa media luna increíble de maravillosas playas paradisíacas con aguas claras y cristalinas azul verdosas, que todo el mundo ha visto en las fotos. La lista de imponentes hoteles de 5 estrellas y lujo total es interminable (aquí están los mejores del mundo compitiendo unos con otros: Holiday Inn, Oasis, Riu Caribe, Intercontinental, Hyatt, The Royal, Flamingo, The Ritz Carlton, Grand Meliá, Marriott, The Westin...), así como lo es también la de sus magníficas playas con nombres como Las Perlas, Juventud, Langosta, Chac Mool, Marlín, Tortugas, San Miguelito, Ballenas, Delfines y El Mirador (las mejores, nos dijeron unos argentinos que estaban en nuestro hotel, eran estas dos últimas).

       Hay que decir que los hoteles copan prácticamente toda la costa con sus correspondientes hamacas, sombrillas y personal de seguridad, mientras que el resto de los mortales deben entrar por las "playas de acceso público" y desplazarse de una a otra (lo cual no es aconsejable porque la arena blanca está llena de pequeñísimos trozos de conchas, con las que te puedes cortar y sobre las que es duro caminar.

Además hay campos de golf, restaurantes con precios desorbitados, las tiendas más lujosas del mundo y centros comerciales enormes como el de la Isla. ¡Tooodo para el turista rico, especialmente norteamericano pero también ruso y nórdico y algún que otro francés, por lo que pudimos comprobar al oír lo que "chapurreaban" a nuestro alrededor!

Nos bajamos pues en El Mirador, admiramos como bobos el panorama, paseamos por la arena y nos fuimos a ver la puesta de sol por el lado opuesto, el de la laguna. El Mirador es la playa más recomendable porque, como pudimos comprobar ese día y el siguiente, aunque haya bandera roja, aquí tienen habilitada una pequeña extensión (de medio kilómetro más o menos) en donde las olas no llegan tan fuertes, la bandera es amarilla y siempre te puedes bañar.

Al día siguiente cogimos de nuevo el R1 y nos paramos, casi ya al final del recorrido, a ver la Zona Arqueológica del Rey. Son estas las únicas ruinas mayas de interés de por aquí y están ubicadas entre manglares por el lado de la laguna. Recorriendo la Calzada Norte, la Plaza Principal y la Calzada Sur nos topamos con templos columnados, diversas plataformas y una medio pirámide al final, a la que pudimos subirnos y divisar, desde allí, un magnífico panorama con la laguna, la vegetación circundante y todas las ruinas a tus pies. El sitio está lleno de descaradas iguanas (te acercas a ellas para fotografiarlas y ni se mueven), está todo muy cuidado (incluso el césped) y, además, había llovido y estaba nublado. En definitiva, un buen paseo matinal, eso sí espantando a los mosquitos y procurando no pisar las numerosas deposiciones de las iguanas.

Después nos bañamos, ¡joo, quéé agua, turquesa total!, nos fuimos a comer a "Plaza la Isla Shopping Village" (como los precios eran tan ridículos, más caros que en Europa, nos decidimos por dos Big Mac con papas fritas y coke, que hacía que no tomaba desde que mis hijos eran pequeños) ¡y eso que yo quería comerme una Cola de Langosta que valía sólo ¡¡800 pesos!! pero la mesera me dijo que no tenían eso en el menú ese día!

Después de comer quisimos ir a ver otros restos arqueológicos que, según el Lonely Planet, estaban al lado de las playas del Sheraton Cancun: los de Yamil Lu'um, que eran más pequeños y encima gratis. Preguntamos donde estaba el Sheraton en el lugar que, más o menos, se suponía que estaban las ruinas y un señor encorbatado en la puerta de una agencia de tours nos contó amablemente que el Sheraton ya no existía, que sus torres y el hotel habían desaparecido tras el huracán Wilma el 22 de octubre del 2005, que afortunadamente todos los clientes del hotel habían sido evacuados antes, que su casa (la del señor con corbata) quedó inundada y, si hubiera vuelto a ella ese día, probablemente habría muerto, que un amigo suyo se salvó también resguardándose en el tejado de su casa y gracias a los ladridos de su perro que no cesó de aullar, que el huracán duró más de 30 horas... y que, en lugar del Sheraton, se había construido el Westin (también de la cadena Sheraton, recalcó) que justo teníamos enfrente de nosotros. 
No quedó ahí la historia porque, nos dijo, que para llegar a las ruinas, o lo que de ellas hubiera quedado, teníamos que llegar a la parte trasera del Westin pero por la playa ya que no éramos clientes del hotel y que, para ello, teníamos que caminar por la carretera, pasar el hotel, pasar otro hotel (el Live Aqua), llegar hasta un lugar donde había un parque de bomberos y, allí, entrar a una playa de acceso público, retroceder de nuevo y llegar hasta la parte trasera del famoso Westin, donde encontraríamos las ruinas.

Así lo hicimos, tardando casi una hora. Es verdad que la playa desierta ya era el lugar ideal para disfrutar de "una buena caminata bajo un colorido atardecer de inigualable belleza" (je, je), y por eso nos demoramos tanto. Llegamos por fin de anochecida a la parte trasera del Westin y sí, allí estaban las ruinas. ¡Ni siquiera el Wilma había podido con ellas! Vimos una enorme Concha Azul bajo el montículo al borde de la arena y el Templo del Alacrán, al que llegamos subiendo unos cuantos escalones iluminados para contemplar desde allí unas maravillosas vistas del Caribe. Pero, amigo, había que regresar a la carretera y estábamos dentro del hotel. Como no era cuestión de volver por el mismo camino, seguimos los pasos de unos clientes que había por allí y nos deslizamos tras ellos subrepticiamente por jardines y pasillos hasta dar con el parking del hotel y salir entre los coches.
"Estimados visitantes: Sean bienvenidos a nuestro hotel. Si desean tomarse una bebida en nuestras instalaciones, diríjanse a recepción y adquieran un brazalete que lo distinguirán como uno de nuestros clientes", rezaba un cartel que vimos a la salida en uno de los hoteles. 

¡Qué lástima que las playas sean privadas, ¿verdad?! ¡Y encima con ruinas mayas detrás!

Nuestro siguiente destino fue Isla Mujeres.

Ir de Cancún a Isla Mujeres es como ir de Madrid a Toledo. ¡Todo el mundo lo hace! Y además los turistas quieren dormir en la isla, con lo que no es difícil ver mochilas y maletas que llegan a diario y otras tantas que se van. Hasta nuestra "Biblia mochilera" la destaca como "la isla que obligatoriamente hay que ver". Y la verdad es que no es para tanto. Para ir nos encaminamos a Puerto Juarez en un "micro" rojo, que nos dejó a las puertas del ferry en 15 minutos. El ferry tarda otros 20. He aquí otro "big business". Los precios han pasado de justo 35 pesos a 70 en cuatro años y el "viaje redondo" 140. Contar un ferry cada media hora (el nuestro iba lleno, unos 300 pasajeros) y contar también que todo el mundo que va tiene que volver y el negocio es redondo. Y encima en plan monopolio: 
"Ultramar-Volando el mar" (¡Vaya lema!). La compañia Ultramar se lo lleva todo. ¡Lo mismo es propiedad de Carlos Slim y, por eso, este mejicano es el hombre más rico del mundo. Eso sí, el servicio es estupendo: cómodo, limpio, rápido y hasta con focos nocturnos en el cascarón del ferry para ver las aguas cristalinas cuando vuelves por la noche. Comprobamos también, durante la travesía de ida, que las aguas azul verdosas del Caribe se mezclan aquí con las negras del Golfo de Méjico, lo que produce una curiosa sensación porque no se mezclan: o son masas de agua negras o azul verdosas.

Según la leyenda, la isla fue un refugio de piratas durante 200 años, ya que aquí mantenían seguras a sus "mujeres" y escondían los tesoros logrados saqueando puertos y atacando galeones. Antes de que aparecieran los piratas, Isla Mujeres estaba deshabitada y era sólo un santuario dedicado al culto de la diosa maya Ixchel. Al parecer, los muchos idolos con forma de mujer encontrados en la isla le dieron el nombre por el que es conocida actualmente.

La isla se recorre con bici, moto o carritos de golf. Elegimos la bici, nos dieron un mapa para que no nos perdiéramos y ¡ala, a correr!. Acabamos con el trasero plano y dolores en las muñecas. Son bicis duras y están ya hechas polvo de tanto turista que las ha montado cientos de veces y que las tratan fatal.

La parte más bonita es la Punta Norte y ahí están sus mejores playas, similares a las de Cancún. Estuvimos más de dos horas en esta parte y, después, nos fuimos a comer al mercado, bajamos por el "Andador", descubrimos una "aeropista" militar y continuamos por el Corredor Panorámico, que tenía magníficas vistas, no sin antes divisar dos salinas y una laguna en medio de la isla. Menos mal que se había nublado porque las pocas veces que salió el sol nos achicharrábamos. En esta parte oriental de la isla no hay playas, todo son arrecifes. Dimos la vuelta en la Punta Sur para recorrer la parte occidental, que es la que está llena de playas, y descubrimos "una costa privada". ¡Sí, señor!, no hay forma de ver el mar si no entras en la "tortugranja" o en el delfinario (que no son gratis, precisamente). Encima nos equivocamos de camino y tomamos uno en muy mal estado que no tenía salida, así que tuvimos que volver por el mismo camino (otra hora de bici) que habíamos venido. Llegamos por fin al puerto por una carretera interior sin ningún atractivo y devolvimos las bicicletas. ¡Uf, qué alivio!

Vuelta al ferry y al "micro". En cuanto llegamos al hotel empezó a descargar un tormentón que hizo que se anegaran las calles en un santiamén y se llenaran de baches, lo que hacía difícil salir a cenar algo. Al final lo conseguimos con la ayuda de un paraguas que nos prestó el hotel y sorteando los charcos como pudimos.

¡Y de una isla a otra! Siguiendo el consejo de Elenita nos fuimos, al día siguiente, a ver un auténtico tesoro caribeño: la isla de Holbox, en la punta noreste del Yucatán. Tres horas de autobús, media hora más de ferry y... a buscar hotel, hostal, cabaña o pensión (lo que hubiera) bajo un sol de fuego caminando por la Avda. Juarez principal, que une el puerto con la playa en menos de un kilómetro.
Para describir la isla, qué mejor que copiar algo del folleto que nos dieron en el ferry: "Holbox es una pequeña porción de paraíso perdido, con exuberantes playas de arena blanca y serenas olas de agua cristalina, donde el tiempo ha olvidado su nombre y se funde con el infinito. Un lugar mágico que fusiona paisajes excepcionales de especies exóticas con calles de fina arena rodeadas de pintorescas viviendas caribeñas". Pues sí, algo así es ¡Inolvidable Holbox!
Separada de tierra firme por la laguna de Yalahau, su encanto lo da la enorme extensión de sus playas casi desiertas (la isla tiene 30 km de largo por tan solo 2 km de ancho), los relativamente pocos turistas que la visitan (en el ferry con nosotros vendrían una docena de ellos más bastantes nativos), sus escasos dos mil habitantes, sus calles sólo "mancilladas" por los carritos de golf que se han puesto de moda para recorrer la isla y que molestan mucho y levantan polvo, sus calles sin papeleras ni nombres, sus numerosos perros perezosos durmiendo en medio de la calle borrachos de sol, sus miles y miles de conchas de diversas formas y colores que cubren las playas al lado del mar, sus cientos y cientos de "pajaricos y pajarracos", su escuela secundaria, su puerto, su iglesia, su plaza con gradas para que los chavales puedan jugar al fútbol, sus coloridas casas de una o dos plantas, su reserva natural Yum Balam de 1.500 m2 (cuna de más de 150 especies de pájaros y donde, entre mayo y septiembre, nacen miles de tortugas que se adentran en el mar), sus tranquilas y poco profundas aguas (puedes meterte medio kilómetro o más y todavía no te cubre), etc... en fin, algo de lo que ya no queda mucho.

Claro que sus playas no son las turquesas cristalinas de Cancún (son más bien verdosas), pero se parecen. No hay nada de oleaje en las playas y el agua sólo está caliente al principio, cuando entras, por lo que la sensación es bastante incómoda al mezclarse las corrientes más calientes con las más frías (me imagino que unas vienen del Caribe y las otras del Golfo) y ¡claro! no tardas mucho en salir. Tampoco están tan limpias como las de Cancún, más bien lo contrario: llenas de algas resecas, húmedas y con miles de conchas, pero ése es su encanto.

Aquí nos tomamos dos días de vacaciones "absolutamente relajantes". Y nada de "tours", ni bicis ni nada. Simplemente "Carpe Diem". Es decir, paseítos por la playa por aquí, paseítos por la playa por allá, puestas de sol majestuosas, pescaditos a la plancha frente a la playa, natación en sus tranquilas aguas y rápido a buscar una sombra para no quemarse porque hay que ver cómo atiza el sol por aquí, y poco más. "Contemplación absoluta de los majestuosos paisajes de la laguna en su imperturbable serenidad".

Eso sí, a la caída de la tarde, cuidadín con los mosquitos porque "como no te desplaces" (que decía un paisano de por aquí al preguntarle por la enorme cantidad de peces cucarachas que vimos en la playa), te acribillan en un instante... ¡y lo que duelen después!.
En definitiva, Holbox (pronúnciese olbóx como nos dijo un nativo) es al mar lo que San Pedro de Atacama es al desierto.

Para terminar con Holbox, dejarme contaros una triste historia que le oímos a un "lanchero" de por aquí: la destrucción de las especies en Isla Pájaros (cerca de aquí). Al parecer los depredadores mapaches invadieron la isla y terminaron con los huevos, las crías y los nidos. A otra persona que le preguntamos nos dijo que ahora "la situación está más o menos controlada", a saber si es verdad. Y lo mismo dicen que pasa con las tortugas de mar. La WWF está intentando educar a los nativos para que no se apropien de su carne y de sus huevos, que son considerados un manjar exquisito.

Aah, y una advertencia. Si alguna vez aterrizáis por aquí, preparar "plata". Esto está tan caro como Cancún y las comodidades no son muchas. Dos ejemplos tan solo: aquí hemos pagado el hospedaje más caro desde que estamos en Méjico y la tarde-noche que vinimos se fue la luz un montón de veces (luego venía a la media hora y se volvía a ir). Es claro que la pequeña infraestructura existente no da abasto para la cantidad de gente que viene a visitar la isla por estas fechas de vacaciones.

Sudando ya, y eso que eran tan solo las 10 de la mañana, y después de esperar más de media hora en la cola de la terminal de autocares de Cancún para comprar los billetes, llegamos en una hora a Playa del Carmen. ¡Y empezó la Pesadilla de Fin de Año!: ¡No Vacantes, No Vacancy, no hay Cuartos! No hacía falta entrar a preguntar a los hoteles porque los ominosos carteles de fuera indicaban ya que todo estaba lleno. Durante una hora larga entré y salí (con Nati y las maletas esperando en la estación) de cuantos sitios encontré (y creedme había muchos) hasta que al final (ya estábamos pensando en irnos a Tulum y nos dijeron que ni lo intentáramos porque allí la situación estaba todavía peor) encontramos una habitación para 4 personas (dos camas dobles y una sencilla) que tuvimos que compartir con una pareja mejicana (madre e hijo) que aparecieron por allí y que habían venido de vacaciones desde la capital en avión. Así que, Ana y Sebastián, si leéis esto, gracias. ¿Y cómo se les ocurrió venir aquí el 31? (pónganle por favor acento mejicano a la frase) nos preguntó la recepcionista del hotel Papagayo después de haberle pagado la única habitación que le quedaba a precio de oro.

Bueno, Playa (como se la conoce por aquí) es la ciudad de moda en Méjico. ¡Ni Cancún ni ná! Esta meca del turismo crece y crece sin parar, y mueve un montón de dinero. Y ése es su problema porque, aunque tiene bonitas playas, la vida en la ciudad se reduce a: 1) ir a bañarse por la mañana, sudando y bajo un sol de justicia (¡y recordad que estamos en invierno!), 2) comer a la sombra al mediodía (recomendamos los pescaítos a la plancha y/o fritos, los cócteles de mariscos y el ceviche en "El Veracruzano" (en la 30 Avenue) y 3) pasear por la 5ª Avenida (¡sí, señor, igual que en Nueva York!) abarrotada de turistas al caer la tarde: 1 kilómetro de calle peatonal todo hoteles, tiendas y restaurantes con pantallas gigantes.

Con un calor asfixiante estuvimos en varias playas intentando no ponernos como los cangrejos (¡Ya se doró!, me espetó la recepcionista del hotel al verme venir de la playa el primer día). La playa de moda aquí es Mamita Beach, al final de la calle 28, pero como allí hay mucha gente nos fuimos más lejos hasta encontrar el lugar y la sombra adecuados. En Mamita Beach se organizan macrofiestas en la playa con DJ's famosos. El día 2 lo hacía un tal "Tiesto Live Music" y el Fin de Año "Wally Lopez. Tremenda Music to Take Away: The Most Important DJ and Producer from Space Ibiza", tal como anunciaban los enormes cartelones por toda la ciudad. Ahí estuvimos el día 2 para oír a Tiesto un poco desde la playa.
Otra playa más exclusiva y casi sin nadie está justo en el centro. ¿Que cómo es ello posible? ¡Aah, es que tiene truco! A un minuto de la estación de autobuses y detrás de la iglesia de la plaza veréis el muelle del ferry a Cozumel. Allí os encontraréis con el restaurante "Señor Frog's. Food, Fiesta & Souveniers". Si al entrar alguien os pregunta o intenta impediros el paso, le decís muy decidido: "Vamos a la playa" (que es lo que dijo Ana, que nos acompañaba) y como por ley las playas en Méjico son todas públicas excepto las que están ubicadas en terreno militar, no les quedará más remedio que dejaros pasar. Cruzáis entonces el restaurante, bajáis unas escaleras y os encontraréis en una playa exclusiva, bien cuidada y con una fina y blanca arena, de más calidad que las de las mejores de Cancún. También podéis entrar y salir de esta playa por un pequeñísimo hueco de apenas un metro que queda entre el kiosko del ferry y el arco del Puerto de la Playa. En este acceso semioculto, que obviamente el 99% de los turistas no conoce y por el que no se atreven a entrar los nativos, no hagáis caso del muro de enfrente que casi tapa el paso y adentráos decididos hasta que veáis la blanca arena. El único problema es que aquí no hay hamacas ni sombrillas para el público (todas son propiedad de los hoteles de allí y necesitas comprar un pase --que obviamente no es barato-- para poder usarlas), así que es recomendable venir a bañarse a la caída de la tarde.

Claro que si uno sigue crítico dirá que "Playa" parece el patio trasero de EE UU por la masiva cantidad de yankis ricos que pululan por aquí, además de rusos, algunos franceses e italianos. Españoles, más bien ninguno. Y que es una ciudad tan masificada y falta de interés que cualquier mochilero de pro pasaría de largo rumbo a Tulum.
¡Que es lo que hicimos nosotros!

Antes de seguir, comentaros que no hicimos la excursión que todo el mundo hace al venir aquí: visitar la isla de Cozumel, "el más bello de los siete cielos". Las increíbles colas que encontramos para ir allí, el precio "subidito" de los ferrys (310 pesos, ida y vuelta), la imposibilidad de recorrer la isla, la más grande de Méjico, si no es en coche o en taxi, los trasatlánticos allí amarrados (y que vienen llenos de turistas), y las pocas ganas de bucear o "esnorkelear" nos hicieron desistir de ir.

Cozumel es el paraíso de los buceadores desde que sus maravillosos arrecifes de enorme longitud y gran variedad de vida marina (hasta 250 especies distintas de peces) fueran descubiertos y filmados por Jacques Cousteau en 1961.
Así que ¡adiós Cozumel, adiós "tierra de las golondrinas" (que es lo que su nombre significa), adiós isla de la diosa Ixchel, a la que rendían tributo los mayas peregrinando hasta aquí por ser la diosa de la Luna, de los embarazos y de los partos, y adiós "aguas claras y cristalinas de belleza sin igual"! Aunque, si alguna vez os aventuráis por aquí, es indudable que Isla Mujeres, Holbox y Cozumel hacen un buen trío.

Tulúm (ruinas frente al mar) - Cobá (ruinas en la jungla), Cobá-Tulúm, ¡Tanto monta, monta tanto!
A las dos fuimos aunque estemos ya de "piedras mayas" hasta la coronilla.

Venías viajando de ciudad
en ciudad, buscando tu suerte
sin saber que en Tulúm
te encontrarías a la Muerte

Sirva esta coplilla (a la que hay que añadirle una enorme calavera debajo bien dibujada y pintada sobre una pared de color amarillo chillón) para introduciros el único hostal que hemos encontrado hasta ahora en Méjico que merece realmente su nombre: El Weary Traveler. Buen desayuno incluido en el precio y a elegir entre varias opciones, bus gratis a la playa y a las ruinas, un patio central con una enorme mesa para comer, hamacas, café y agua purificada gratis, gato (don't feed the cat, she is fat enough), perros durmiendo a la sombra, avispas rondando la mermelada y el sirope, llaves de funcionamiento electrónico, la mugre que quieras y más, un montón de mochileros confraternizando, buena información de tours y de lo que sea, buena gerencia del negocio, música en vivo y gratis en el patio central y hasta en la calle los fines de semana, barbacoas a 100 pesos con costillas bien cocinadas, lecciones de salsa, lecciones gratis de bailes latinos, reggae en vivo, flamenco en vivo, y hasta una bonita escalera de caracol para subir a las habitaciones del piso superior... en fin, que tuvimos suerte de encontrar alojamiento aquí, donde escasea y es caro.

A las ruinas de Tulum fuimos en la camioneta del hostal (unos 15 minutos de duración). Su atractivo le viene por de ser la única ciudad amurallada construida por los mayas sobre un acantilado. Entras, bordeando la muralla, por un túnel angosto para encontrarte, subiendo un poco, con espectaculares vistas del Caribe (¡Ay, qué hermoso! ¡Es increíble! ¡Oh, qué belleza!, suelen ser las exclamaciones oídas por allí), vistas que hacen palidecer las pocas estructuras arqueológicas que quedan en el sitio. Siguiendo las rutas señalizadas, y detrás de los turistas, vimos un cenote birrioso, el Templo del Dios del Viento, el Palacio en forma de X, otros templos más pequeños, algunas plataformas y, al final ya, el edificio más alto, El Castillo, y el Templo del Dios Descendiente, con "una escultura de un personaje con alas descendiendo del cielo, sus piernas hacia arriba, sus brazos hacia abajo, un tocado sobre su cabeza y un objeto en sus manos". Al lado hay una playa en la que te puedes bañar.
Tulum fue para los mayas una fortaleza pero, sobretodo, un puerto importante y estratégico en sus rutas comerciales. El mayor problema de estas ruinas es que, al ocupar poca extensión y estar amuralladas, en cuanto aparecen los grandes tours organizados, que vienen de Cancún o de Playa del Carmen, mejor te armas de paciencia, te sientas a la sombra y dejas que pasen o, si no, te arruinarán la visita. O las puedes recorrer a primera hora de la mañana o a última hora de la tarde (cierran a las 5, cuando anochece ¡claro!).

A Cobá tardas una hora en llegar y se recomienda hacerlo con un "boleto redondo" en ADO 1ª clase desde Tulúm, no vaya a ser que haya problemas para volver. Así lo hicimos, saliendo a las 10 y volviendo a las 3 de la tarde. Las ruinas se anuncian a lo Indiana Jones como "disfrute de un día de aventura en un excelente paraje arqueológico", pero ¡ay, la realidad es muy distinta. ¡Prepárate a sudar de lo lindo y a tragar polvo y más polvo!

Las ruinas están dentro de la selva, la mayoría de ellas todavía no han sido excavadas, y están muy diseminadas. Hay tres grupos de ruinas. El Grupo Cobá es el primero y está a unos cien metros de la entrada y a la derecha: ahí veréis la magnífica Iglesia (con nueve cuerpos de esquinas redondeadas y 24 metros de altura) y el gran Juego de la Pelota. De vuelta al pasillo central veréis un montón de bicis y triciclos. Aquí hay que alquilar una bici y con ella irse al segundo Grupo (el más interesante), el de Nohoch (grande) Mul (montículo), que está a un kilómetro de distancia. No tiene pérdida, sólo hay que seguir las pequeñas indicaciones que hay y a los turistas. Siguiendo el camino lleno de polvo y tierra divisaréis otro Juego de la Pelota más pequeño, unas cuantas estelas, una serie de montículos sin excavar entre los árboles, una bella pirámide circular (La Torre Vigía), el Templo 10 y la Estela 20 (la única en la que se ve algo: un gobernante de pie pisando a dos cautivos) y ¡de repente! estaréis ante la Gran Pirámide y un montón de turistas subiendo y bajando, apoyándose en la cuerda del centro. ¡Preparaos porque merece la pena! Aparcad las bicis y... ¡aarriba!: 42 metros de altura y 120 escalones (la pirámide maya más alta del Yucatán). Las vistas arriba son espectaculares: se ve toda la jungla circundante y hasta los dos lagos de la entrada al sitio.

Después de descansar en la cumbre, resguardarte en la poca sombra que hay y hacerte las fotitos de rigor, toca bajar agarrado a la cuerda y preferente de espaldas o sentado, si se tiene vértigo. "I'm so scared", gritaba una gringa bajando.

La Gran Pirámide se compone de siete cuerpos con esquinas redondeadas y dos escalinatas (por una de ellas subes y bajas porque la otra está muy deteriorada), con un templo algo birrioso arriba del todo.

Abajo toca descansar otra vez (¡Qué sudadera, madre mía!), beber mucha agua, coger la bici, volver un kilómetro y tomar el otro camino hacia el Tercer Grupo: el Macanxoc (otro kilómetro de ida y otro de vuelta) para ver estructuras y estelas igual de deterioradas que siguen allí a la intemperie, y con una flora circundante más interesante que las ruinas.

Y vuelta a la entrada. "Cobá es una ancestral ciudad maya envuelta en el verde profundo de la selva tropical y enclavada entre dos lagunas". Me río yo. ¡¡Jamás hemos tragado más polvo (la jungla a lo largo del camino está blanca del polvo continuo que levantan diariamente los miles de turistas en sus bicis y triciclos) y jamás hemos sudado tanto!!

Y si queréis explicaciones, o alquiláis un guía (poco recomendable) o compráis un folleto turístico con bellas fotitos en la tienda (menos recomendable todavía por lo malos que son). Los 57 pesos que pagas a la entrada no dan ni para un modesto plano en blanco y negro. ¡Aay Méjico, que mal nos tratas!

Desde ayer, 7 de enero, estamos descansando en Chetumal, a cuatro horas de viaje de Tulum. Chetumal, capital del Caribe mejicano, es conocida como la cuna del mestizaje y es la típica ciudad de paso. Encontramos otro buen hotel (el Ucum, con piscina y todo), paseamos por su hermosa bahía para ver la puesta de sol (¡y con Belice al fondo!) e hicimos una excursión a la bella laguna Bacalar (La Laguna de los 7 Colores), en donde nos dimos un paseo en lancha con toda una familia italiana: 8 en total y del Milán, ¡Uf, todavía en peor forma que el Real Madrid, se lamentaron). 

En el paseo vimos el famoso cenote azul (que es, en realidad, de aguas negras al tener más de 90 m de profundidas: "ahí, el que entra, no sale, comentó el guía), comprobamos que las espectaculares, dulces y verdosas aguas de la laguna son de este color por la fina y blanca arena que tienen debajo, nos bañamos en el Canal de los Piratas por donde entraban a robar tiempos ha, y nos explicaron que la total ausencia de peces aquí se debe a las aguas sulfurosas que manan de los cenotes y que son las que alimentan de agua dulce la laguna.

Después nos bañamos otra vez en la orilla (¡agua dulce, ooiga, quée gusto) y nos fuimos a comer. Hay que decir también que "pasamos" de visitar aquí el Fuerte de San Felipe (desde donde partían expediciones hacia lo que hoy es Belice en persecución de los piratas ingleses que robaban maderas preciosas y palo de tinte). La razón es simple: su precio de entrada ha subido de 20 pesos (Lonely Planet, 2008) a los actuales 57. Así que decidimos gastárnoslo en comer ceviche.

También tenemos ya medio diseñado el viaje a Guatemala. O por Belice o directamente a Flores, en Guatemala.
¡Ya os lo contaremos!


1 comentario:

Camila dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.