miércoles, 3 de octubre de 2012




Felipe Alaiz publica  “El Arte de escribir sin arte” en Berenice





L.M.A.

               El arte de escribir sin arte, es el nuevo ensayo que acaba de publicar la editorial Berenice, obra de Felipe Alaiz, y prologado por Javier Cercas quien dice de él que “perdido en la oscuridad sin remedio de la historia del anarquismo, su nombre es el de uno de los escritores más relevantes del movimiento libertario, también el de un periodista que en las dos épocas radiantes que precedieron al estallido de la guerra civil, gozó del favor de numerosos lectores.”

            El volumen pretende reunir lo mejor de la particular tarea de crítico literario del conocido como primer escritor anarquista español, y ofrece una selección, realizada por Juan Bonilla, de los más llamativos de sus Tipos españoles, una reunión de retratos literarios de grandes y olvidados nombres de la literatura española. Alaiz mezcla, con su prosa rara y potente, tanto finas intuiciones críticas como acérrimos mamporros nada menos que con Espronceda, Bécquer, Campoamor, Azorín, Valle Inclán, el Nobel Benavente o todo un García Lorca y sólo parece salvar de la quema al gran Pío Baroja.
            

          Publicado en los años treinta, Arte de escribir sin arte plasma una idea de la literatura que apuesta por una forma de escritura, y de lectura, alejada de los usos burgueses que sólo cuidan de sus intereses y de su mundo, y que rechaza los preciosismos y piruetas de estilo que suelen enmascarar la intención de no decir la verdad. “No es el hombre quien ha de hablar como un libro abierto sino el libro abierto quien debe hablar como un hombre”, nos dice Alaiz, reclamando lo poco que le queda al lector y al escritor como voz del pueblo, y emparentándose a una tradición mairenesca que hoy resuena en Agustín García Calvo o Rafael Sánchez Ferlosio. En el prólogo a este libro, Javier Cercas le da la razón a Alaiz: «En lo fundamental es exacta su concepción del estilo... no olvida que lo que suena a literatura no es nunca literatura... porque el estilo verdadero linda casi siempre con la ausencia de estilo.»
             
          Según comenta Juan Bonilla en su epílogo, para Alaiz “Benavente no era más que el pico de una montaña que había que escalar, y que una vez escalada, había que burlarse de ella, de lo baja que era. Gabriel Miró era una laguna que había que cruzar a nado, y que una vez cruzada había que restarle todo mérito y discutir su profundidad. Azorín era una llanura desértica por la que había que correr a toda velocidad para que la arena no le abrasara los pies, y una vez puesto a salvo sobre el oasis del papel en blanco donde verter sus opiniones, estás no podían ser más que violentas.”
          
           “Entre su producción más vigorosa se encuentran algunos ensayos literarios de una personalidad y una libertad sin parangón en el abarrotado panorama de los años treinta de nuestra literatura” asegura el escritor Juan Bonilla, quien afirma que “no hace falta ser lector de ninguno de los tipos que protagonizan estos textos, para disfrutar con la inteligencia, perspicacia, violencia y dichosa superficialidad de este prosista raro y potente que fue Felipe Alaiz.

               Felipe Alaiz, nacido en 1887 en Belver de Cinca, Huesca, está considerado como. Ejerció muy pronto de periodista en El Sol y, tras pasar al anarquismo, se vuelca en una labor insaciable como escritor y propagandista de los ideales libertarios. Llegó a dirigir algunas de las principales publicaciones anarquistas –entre ellos Tierra y libertad y Solidaridad obrera-.

              Puso su pluma al servicio de Los Solidarios -el grupo de pistoleros libertarios más aguerrido de la época, capitaneado por Durruti-, y pasó varias temporadas en la cárcel. Escribió novelas -Quinet, María se me fuga de la novela-, crítica literaria y artística –El Arte de escribir sin arte, Tipos españoles, Arte Accesible- y tradujo a Upton Sinclair, a Dos Passos o a HG Wells.

             Considerado un feroz individualista, siempre díscolo a ojos de la propia CNT y FAI, concebía el anarquismo como “una conducta” o, como mucho, una opción ideológica y moral. Tras la victoria de Franco consigue exiliarse de forma milagrosa y, en la indigencia, muere en 1959, en un mísero hotel de barrio de Montmartre, en París.







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