viernes, 13 de julio de 2012

Marqués de Tamarón, un narrador singular de novelas y cuentos




Santiago de Mora-Figueroa



Julia Sáez-Angulo

Santiago de Mora-Figueroa y Williams, IX marqués de Tamarón (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1941), diplomático y escritor español, ha sido embajador de España en el Reino Unido entre 1999 y 2004  y ha dirigido el Instituto Cervantes de 1996 a 1999. Entre sus libros publicados: “El guirigay nacional. Ensayos sobre el habla de hoy”, “El siglo XX y otras calamidades”, los relatos “El peso del español en el mundo”, “Pólvora con aguardiente” y las novelas “Trampantojos” y “El rompimiento de gloria”, está ultima de una gran singularidad y belleza acaba de conocer una nueva edición en la editorial Áltera.

--¿Cómo concibió El rompimiento de gloria? ¿Parte de alguna referencia real por mínima que sea?
Se me ocurrió la idea de la novela un día perfecto de finales de verano, descansando de una caminata junto a un arroyo de la Sierra de Guadarrama. Pensé que no desentonaría con el lugar la aparición de una diosa, una especie de Diana, o una semidiosa. Luego el personaje central se convirtió más bien en trasunto de Atenea, aunque sólo fuera porque siempre tuve curiosidad por saber cuál era el color de los ojos de esa diosa. Hoy en día no abundan las hierofanías, pero no porque no existan sino porque no sabemos verlas. El rompimiento de gloria es el hilo que une varias hierofanías, apariciones de lo sagrado en palabra acuñada por Mircea Elíade. Algunas hierofanías son modestas, pero siempre sagradas: el resplandor de una hoja otoñal al trasluz del sol o el sonido de un pequeño arroyo de montaña.


--Usted estudió Derecho y se percibe en su literatura su amor a la cultura clásica. ¿Cómo se “enganchó” a ella?
Me enganché a ella precisamente porque no me gustaba el Derecho. Además el bachillerato de entonces era bastante bueno y se daban unos siete años de Latín y tres de Griego. Recuerdo muy poco de lo que entonces aprendí pero me queda en la mente la impronta de una cultura al lado de la cual la nuestra es mediocre. Para colmo, llegó el cataclismo del Concilio Vaticano II, que arrasó la mayor parte de la belleza litúrgica de nuestro acervo católico romano, y además mucho de la belleza musical. Así es que más que engancharme me reenganché a algunas de las principales raíces de nuestra cultura.

-- ¿Es cierto como decía Borges que “todos somos griegos en el exilio”?
Sí, pero casi nadie se da cuenta de su exilio. “La crema de la inteleztualidá” se lanza a la “insobornable contemporaneidaz” con la fruición de una cerda en una charca.

--En belleza me ha traído a la memoria “Madrid de Corte a checa” de Foxá, aunque no sean comparables ¿Qué opinión le merece esta novela?
Me parece excelente. Pero la gran novela de nuestra Guerra Civil es Una isla en el Mar Rojo de Wenceslao Fernández Flórez. Es tan amarga que… Bueno, para qué hablar ahora de eso.

--¿Cómo va la protección de la sierra de Guadarrama?
No muy bien. Ningún partido político es sincero en sus declaraciones de amor a la Naturaleza, que llaman medio ambiente. El sueño de cualquier alcalde, sea del partido que sea, es benidormizar todo su término municipal, porque eso da dinero y significa Progreso. Y también da votos, claro.

--Usted comenzó por la narrativa breve ¿La ha dejado a un lado? ¿Qué ventajas e inconvenientes tiene el relato corto respecto a la novela?
Pues sí, ahora que lo dice usted recuerdo que hace muchos años que no escribo un cuento, como prefiero llamar los relatos cortos. La ventaja de un cuento es que al describir una situación, si se tiene habilidad, se puede iluminar el pasado y el futuro de los personajes que están en esa situación, igual que un fogonazo puede iluminar mucho terreno. El inconveniente es que el lector suele quedarse con hambre. Y el autor también.


Memorias y antología de las cosas

--¿Qué libro prepara ahora?
Estoy trabajando -y disfrutando- en una suerte de libro de recuerdos de un lector, que entrevera memorias con una antología de las cosas que más me han gustado, desde que aprendí a leer hasta hoy. Me permitirá usted que oculte otros particulares, por superstición, por prudencia y por pudor.

--¿Hay una buena relación entre la diplomacia española y la literatura?
Sí, o al menos muy estrecha. Mencionó usted antes a Foxá. Yo ahora no veo que ninguno de nosotros los diplomáticos escritores nos podamos comparar con Foxá ni con Edgar Neville ni menos con Juan Valera. Pero tampoco veo ningún diplomático escritor francés de hoy comparable con Chateaubriand y ni siquiera con Claudel, Giraudoux o Paul Morand.

--¿Qué recuerdo más positivo tiene de su paso como director del Instituto Cervantes?
El haber tratado personalmente a muchos escritores a los que había leído con admiración antes; el más simpático y original de todos quizá Álvaro Mutis.

--¿Es cierto que los hispano-americanos hablan el español con donosura y que los españoles somos más zafios en su uso? ¿A qué se debe?
Sí, aunque quizá no en las grandes ciudades, y en España pasa algo parecido: que tiene más sabor el lenguaje anticuado de los pueblos que el pedante y hortera de las capitales. A eso se añade un fenómeno bien estudiado por los filólogos y es que la lengua es más anticuada y a veces pura en la periferia de un imperio que en su centro. Ocurrió así en el Imperio Romano y aunque ahora no sabemos dónde está el centro de la lengua española, puesto que nueve de cada diez hispanohablantes viven al otro lado del charco, desde luego se habla mejor en Quito que en Madriz (sic) o en Buenos Aires.

--¿Le gustaría entrar en la Real Academia de la Lengua?
Le confieso que sí, pero sé que nunca ingresaré.

--¿Cómo ve el futuro del español respecto al inglés y el chino?
En cuanto al presente, el español es la gran lengua internacional, el inglés es la gran lingua franca global y el chino no es ninguna de las dos cosas. En cuanto al futuro, siempre recuerdo el chiste que corría entre los sabios de los institutos de análisis y previsión (think tanks) cuando yo trabajaba en uno: lo malo de trabajar con bolas de cristal es que tiene uno que acostumbrarse a una dieta de cristales rotos.

--Usted ha participado en unas conferencias sobre el humor ¿Qué definición le convence más?
La ironía es el pudor de los modernos, dijo la mayor autoridad en la materia.

--¿Su sentido del humor es cervantino o inglés? (lo digo por el origen respectivo de sus padres)
Creo que mi sentido personal y literario del humor tiende a disfrutar de elementos de autores muy diversos y que escriben en varias lenguas, desde el maravilloso humor surrealista de los comediógrafos y novelistas españoles de los años 30 y 40 del siglo pasado hasta el brillante humor reaccionario de Evelyn Waugh.

--Frente al “Noblesse oblige”, Ortega y Gasset decía que en España “la nobleza desobliga” ¿Qué le parece esta afirmación?
El retruécano es muy anterior a Ortega. Ya Lope de Vega escribió en un precioso romance:

Que me obliga mi nobleza,
y aunque amor me desobliga
es fuerza que el honor venza.


Y creo recordar que Ortega también escribió algo así como que el auténtico noble (¿o era el auténtico aristócrata?) no era quien exigía más derechos sino quien exigía más obligaciones. Yo prefiero quedarme con esto.

Más información
www.marquesdetamaron.es

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