lunes, 28 de febrero de 2011

JUAN PABLO FUSI, DOS CONFERENCIAS SOBRE ”PAISAJES PROMETIDOS” EN LA FUNDACIÓN JUAN MARCH






L.M.A.




El historiador recupera la expresión “paisajes prometidos”, utilizada por Ortega y Gasset como metáfora de un ideal colectivo, para analizar desde su perspectiva temas de historia española en una circunstancia geográfica concreta.

El historiador y ensayista Juan Pablo Fusi, catedrático de Historia de la Universidad Complutense, imparte en la Fundación Juan March (http://www.march.es/ y también en Facebook) mañana martes 1 y el jueves 3 de marzo, a las 19,30 horas, un ciclo de dos conferencias que lleva por título PAISAJES PROHIBIDOS. La expresión “paisajes prometidos” procede de una cita de Ortega: “todo pueblo lleva dentro de sí un paisaje prometido –escribió en Prólogo para alemanes, un texto de 1934-, y yerra peregrino por el haz de la tierra hasta que lo encuentra”. Paisaje prometido era para Ortega una variable de tierra prometida, esto es, la metáfora de un ideal colectivo, de un ideal nacional. Pero no es ese el sentido exacto en que, de cara a un posible uso histórico del término “paisaje”, utiliza Juan Pablo Fusi, apropiándose de la expresión orteguiana, analizándola desde su perspectiva de historiador.

Martes 1 de marzo:Ortega y el paisajeJueves 3 de marzo:El Escorial, paisaje prometido.

Señala Juan Pablo Fusi (San Sebastián, 1945), catedrático de Historia de la Universidad Complutense y especializado en la historia de España contemporánea y, entre otros temas, en el País Vasco y los nacionalismos, que “’Paisajes prometidos’ –una expresión a mi gusto muy afortunada, como propia de Ortega—es desde mi perspectiva de historiador un pretexto para analizar temas de historia en una circunstancia geográfica concreta: un lugar, una ciudad, una comarca, una región. Decía el propio Ortega que los paisajes le habían hecho la mitad de su alma. Eso es así –se sea o no consciente de ello—para muchos de nosotros. El paisaje, la belleza estética de la naturaleza (no hay paisaje feo, decía Unamuno) o la del propio entorno rural o urbano creado por el hombre a lo largo de los siglos, es en efecto muchas veces el ámbito de nuestra instalación primera y original en la vida –y por ello, las más de las veces inolvidable a lo largo de ésta-, nuestra circunstancia social y política (la “patria”, podría decir el propio Ortega), el objeto principal, si no obsesivo, de nuestra preocupación y nuestra conciencia. Los paisajes, en cualquier caso, disparan, o pueden hacerlo, la meditación del historiador (por supuesto, mucho más así la del geógrafo, para quien el paisaje es, no una incitación como para el historiador, sino ante todo una obligación).

La aproximación del historiador al paisaje es, por tanto, otra forma de hacer historia. Los paisajes tienen, en efecto, significado histórico: son lugares míticos, épicos, legendarios, imperiales, religiosos, filosóficos, literarios, políticos, nacionales…Son siempre –y eso importa decisivamente para el historiador—escenario o teatro de situaciones (que es lo que en realidad es la historia, según Sartre). Dilucidar el paisaje puede ser así una vía para penetrar en la historia de un país. Ello exige, como parece lógico, “crear” categorías que hagan de unos meros lugares “paisajes prometidos”. Podrían ser estas: especificidad acusada; significación histórica; valor simbólico e imaginario; dimensión literaria, ensayística; interpretación (o interpretaciones) relevante, a poder ser historiográfica. Pondré algunos posibles casos españoles, los que me interesan particularmente: El Escorial, que asocio con Felipe II, con el propio Ortega, con Azaña y El jardín de los frailes y con Falange y la revista Escorial (1940-1950), un paisaje, sucesivamente, imperial, filosófico, intimista y, por último, falangista. Toledo: un símbolo de España para Marañón, pero ante todo, y de acuerdo con algo dicho más arriba, un teatro de situaciones: ciudad visigótica, mozárabe, una de las claves de la Reconquista; ciudad de culturas cristiana, judía y musulmana; ciudad “primada”; el Greco (Cossío, Barrès); leyendas románticas; ciudad galdosiana (Ángel Guerra), ciudad “muerta” en la generación del 98… Salamanca, paisaje unamuniano, y para Unamuno, en palabras de uno de sus biógrafos (Luciano G. Egido), metáfora de España. El Ampurdán de Josep Pla, una aproximación a Cataluña. Brenan y La Alpujarra, ocasión, pretexto, incitación para cuestiones como: Andalucía como problema social; el tipo literario del expatriado, el hispanismo británico; el laberinto español, al fin y al cabo el título del libro más conocido de Brenan, un estudio sobre los antecedentes de la guerra civil. San Sebastián, ciudad “proustiana”, como dijo Aranguren, que como sujeto histórico, debió su irrupción en la historia a cuatro hechos: a la moda de los baños de mar que comenzó en torno a 1840; al ferrocarril; al veraneo de la Corte y de la aristocracia, y al juego; un paisaje de belleza íntima y delicada (no dramática), ideal por ello para la “poética” impresionista, hecha por arquitectos y urbanistas, de gran armonía urbanística, pero con el tiempo epicentro a veces de la violencia de ETA; y algunos ejemplos más. El paisaje expresa, para mí, las formas complejas del hecho nacional. En el mismo sitio –“La pedagogía del paisaje”, artículo de 1906—en que escribió que los paisajes le habían hecho la mitad de su alma, Ortega dijo, además, que los paisajes enseñaban moral e historia”.

Una vez celebrado el ciclo, puede escucharse el audio de las conferencias en el archivo sonoro de la página web de la Fundación, donde están recogidas más de dos mil conferencias pronunciadas desde 1975 en la sede de la Fundación Juan March en Madrid.



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